Las dos Juanas, cuentan con elementos que las hacen
muy distintas, a pesar de representar a la misma persona.
Las diferencias entre el cine mudo, y el sonoro son
bastante amplias. Comenzando por el proceso sonoro que cambió totalmente la
manera de percibir el cine y los contenidos que este nos mostraba, hasta la muy
oportuna imagen a color, que enviaba un poco más de realismo y emoción en el
espectador, viendo cada vez más semejante a la realidad lo que se le mostraba
en esta pantalla gigante.
Sin embargo, el hecho de contar con color y sonido,
no hace a este cine más oportuno y asimilable que el mudo y a blanco y negro. Un
ejemplo claro de esto son dos películas que, aunque traten el mismo tema
histórico, sus diferencias son notables, al punto de una opacar totalmente a la
otra, sin desmeritar el valor artístico de ambas: La Pasión de Juana de Arco
(1928) y Juana de Arco (1999).
La Pasión de Juana de Arco es una producción muda, a
blanco y negro, que cuenta las torturas y maltratos a los que fue sometido la
conocida mártir y patrona francesa Juana de Arco, recordada por sostener que
Dios le había hablado para llevar a Francia a la victoria en una guerra extensa
que se llevaba con Inglaterra, y nombrar al Delfín, rey definitivo del país
galo.
En 1928 el cine mudo aún tenía trascendencia a pesar
que nacía en Estados Unidos el cine sonoro. Su director, Carl Dreyer (una
eminencia en la cinematografía histórica), optó por dejar a un lado la historia
de la heroína para concentrarse en la mártir, en su juicio, y en la tortura
física y psicológica a la que fue sometida para forzar una confesión en la que
aceptaba la invención de su historia divina en la que Dios le hablaba.
Por otro lado está Juana de Arco. Una película
sonora y a color, que relata toda la historia de la heroína francesa. Desde su
infancia, pasando por su adolescencia y los principios de sus visiones divinas
en las que Dios le manifestaba llevar a la victoria a Francia, y a la
coronación del Delfín como el rey.
Esta producción de 1999 se caracteriza por mostrar
una cara distinta a la historia de la mártir. Su director, Luc Besson, se concentró en relatar la historia completa de
Juana mirando un punto fijo en todo el desarrollo del largometraje: la verdad
de su llamado divino.
Estas dos películas difieren mucho, pero la
verdadera esencia de ambas parte en un mismo personaje desarrollado de dos
maneras distintas. La heroína de Besson, encarnada por Milla Jovovich, es una
mujer que deja dudas sobre su condición mental. Una guerrera decidida marcada
por la crueldad del enemigo, que decide vencer de una manera muy precisa su
pesadilla, enfrentándola directamente, disfrazándola de un mensaje divino.
La película cuenta con algunos diálogos que sobran,
expresiones que pueden ser usadas de mejor manera, y momentos en los que, al
parecer, lo más importante a resaltar, son las escenas de guerra y no la
esencia espiritual y humanista detrás de
la historia de Juana de Arco. La actuación de Jovovich es resaltable, pero mal
concentrada por el director y el guión, en una Juana sedienta de venganza que
justifica su guerra con los deseos de hacer justicia.
Por otro lado, la mártir de Dreyer, es una mujer
dolida, tratada injustamente, que se mantiene firme a pesar de su tortura
física y psicológica. Con primeros planos que realzan las expresiones faciales
de los actores, el director nos sumerge en la dolencia de Renée Jeanne Falconetti, quien encarna una Juana de Arco
amarrada a sus ideales espirituales, y sufrida por la falta de compasión e
injusticia del tribunal que la acusa de hereje.
Con
los permanentes primeros planos, estamos ante lo que puede ser una de las
mejores historias contadas del cine, y una de las mejores actuaciones del cine
mudo. Una historia que gira en torno a un juicio que tiene un final ya contado,
pero que hacen que el espectador quiera entrar dentro de la película para hacer
justicia.
Los
primeros planos nos permiten ver unos rostros naturales, las expresiones que
agobian la tortura de Juana, y la malicia pura de aquellos que la juzgan e
intentan hacer rendir su inquebrantable espíritu que permanece firme hasta el
final. Es sin duda una obra maestra que demuestra que el cine mudo, a pesar de
no tener la facilidad del audio ni el color, puede elaborar un gran espíritu
artístico, superior algunas veces, a las ventajas del cine actual.
Es
así como vemos que dos caras de esta historia, pueden cambiar ampliamente
dependiendo de la manera como se cuente. La heroína de Besson es una mujer
fuerte, intachable, pero que su mandato divino se ve opacado por su deseo de
venganza, que añadido a los diálogos innecesarios y la excesiva atención a las
batallas aventajadas con el color y el sonido, hacen que la historia se torne
más como una suposición de lo que puede ser.
La
mártir de Dreyer, por su parte, es una mujer dolida, casi totalmente devastada
física y espiritualmente, cuyos verdugos carecen totalmente de compasión y
justicia aparente, y que desean ver destruida a la mujer que fuertemente
resiste sin decaer. No cuenta con audio, no cuenta con color, hay una constante
muestra de rostros para contemplar la personalidad y el mundo de cada
personaje. Esta obra maestra, cierra el círculo para determinar que, en el
cine, el color o el sonido no es importante, siempre que la historia se sepa
contar, y se sepa determinar al objetivo artístico al que pertenece.
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