El amor es un tema central
en el cine. Películas que idolatran este sentimiento que ha inspirado al
hombre, y que se ha convertido en uno de los ejes principales para la creación
de todo tipo de arte, lo envuelven, en
su gran mayoría, en una utopía de lo que debería ser, y de todo lo
positivo que se encuentra en amar.
Resalta la felicidad que
envuelve al hombre cuando lo siente, pero, en el cine, un tipo de amor se
destaca por resaltar la inmortalidad: el amor inmortalizado con la muerte. La muerte es el complemento para el amor
puro, ya que eterniza la permanencia de este en su auge, antes de modificarlo
con el paso del tiempo.
Esta idea puede parecer
disparatada, pero en el cine el más puro amor es el que está acompañado con una
muerte que lo hace verdadero y eterno. Los amores más puros contados en las
historias cinematográficas, siempre han venido acompañados de la muerte en el
momento en el que más se aman, valiéndose de un toque más artístico que llega a
penetrar en lo más profundo de la conciencia emocional del espectador.
Tenemos, por ejemplo, el
caso de El Marido de la Peluquera. Una película francesa que relata la historia
de un hombre con un marcado fetiche por las peluqueras. Con los años se
fortalece y se casa con una. Se aman incondicionalmente. Se protegen el uno al
otro, y son felices como nunca en sus vidas lo habían sido. Hasta que ella
decide acabar con su vida justo en el momento más hermoso de su relación,
argumentando que no quería que esa pasión, ese amor fuerte, y esa felicidad, se
fuera deteriorando con el paso del tiempo hasta acabarse, como, según ella,
siempre sucede.
Aquí vemos que este amor
incondicional, completamente feliz, que hace completo tanto a la peluquera como
a su marido, así como a las personas alrededor de ellos, se vuelve en efecto,
eternamente duradero al terminar en el auge de la relación. El marido está
destinado a extrañar esa eterna felicidad, sin que el tiempo haya hecho que la
pasión se haya terminado, o la costumbre haya convertido el diario vivir en una
monotonía aburrida y hasta insoportable. La muerte hizo perdurar ese
sentimiento de manera perpetua.
Para demostrar esta idea,
tomo como ejemplo una de las obras más relevantes de Friedrich Nietzsche, El
Nacimiento de la Tragedia, en donde el autor habla de dos mundos que destacan
la tragedia griega: el apolíneo y el dionisiaco. El primero representa la razón
y el otro las banalidades de lo pasional e instintivo. “Estos dos
instintos tan diferentes caminan parejos, las más de las veces en una guerra
declarada, y se excitan mutuamente a creaciones nuevas (…) en este
acoplamiento engendran la obra, a la vez dionisiaca y apolínea, de la tragedia
antigua”.
Esta obra
engendrada no es más que el arte puro, alimentado de la tragedia. La tragedia
que mediante la muerte da fuerza al amor. Lo dionisiaco es la vivencia de la
pasión, del sentimiento, de la felicidad que da la ambigüedad del amor. Lo
apolíneo es la muerte. El final de la vida que da razón al argumento en el cual
duraría para siempre sin acabar con el sentimiento.
Puede que haya
conceptos que se opongan a lo que aquí planteo. Por ejemplo, existe el
argumento que la
muerte es un obstáculo para el amor, no lo eterniza, sino lo acaba al terminar
por completo con la vivencia del sentimiento.
En su válida concepción que
puede representar el concepto de muchos románticos, el amor es eterno en vida,
y la muerte termina con el sentimiento, por tanto no lo eterniza, sino lo
acaba. La tragedia no pasa a ser parte del complemento artístico, solamente a
ser un agregado dramático que quita totalmente el verdadero significado del
amor.
El amor en sí es un
sentimiento que expresa la felicidad completa de tener a otra persona como
complemento. Aquella que llena muchos campos emocionales y espirituales, y que
puede elevar la razón de existencia a un nivel mucho más emocionante que
cualquier otro sentimiento.
Sin embargo, la unión de lo
apolíneo y lo dionisiaco forma, en el cine, una estructura de tragedia perfecta
que convierte al amor en lo perfecto, en el sentimiento ideal que mezcla lo
banal, lo instintivo, lo pasional, con lo racional. Los dos mundos que forman
al hombre se complementan mutuamente para fortalecer el sentimiento que por
tantos años ha movido el mundo.
Un claro ejemplo de esto, es
la historia universal de Romeo y Julieta, y la obra cinematográfica de 1968
basado en este relato de amor de William Shakespeare. La historia es hermosa y
cuenta con muchas décadas de admiración, pero no hubiese sido la misma sin el
detalle de la muerte como inmortalidad para estos jóvenes enamorados.
En la obra cinematográfica,
la muerte inmortaliza el amor entre los jóvenes. Otros elementos como la
familia y la rivalidad, dan puntos de tragedia a la obra, pero lo dionisiaco
como el amor y la pasión entre los jóvenes, y lo apolíneo como sus
racionamientos de estar juntos, y la increíble manera como planean estar
juntos, hacen que el agregado destino trágico inmortalice esta bella e
irremplazable historia de amor, y así como en esta, la muerte siempre va a
eternizar el amor al terminarlo en su auge, y no permitir que el paso del
tiempo acabe con la belleza del sentimiento. Algunas de las más grandes
historias de amor contadas, casi siempre terminan, con una muerte.